Tuesday, January 5, 2010

Adolescencia...

Una de las cosas que me agradan de la vida adulta es que uno tiene una percepción más moderada del mundo que le rodea. Se que muchos de nosotros deseamos regresar a la inocencia que tuvimos en nuestra infancia, pero agradezco que puedo ver con distintos ojos aquellas cosas que alguna vez me sacaban de mis casillas.

Resulta que le estoy rentando un cuarto a una familia australiana en mi ciudad, y dicha familia tiene muchos hijos. El último de ellos ya tiene 15 años, y está en lo mejor de su adolescencia. Aunque he vivido con ellos por los últimos 6 meses, es hasta hace un par de semanas que ya dejó notar los "berrinches clásicos" de los adolescentes. La mamá del susodicho es un amor de persona, muy atenta y siempre pendiente de todo - y éste susodicho le responde todo grosero, le grita, le dice que lo que hace está mal, siempre está en desacuerdo con ella, etc. Lo que me llama la atención es que la mamá, tranquila y con mucha paciencia, le dice las cosas y no le grita de regreso ni le lanza improperios jeje. A mi, sinceramente, me saca un poco de mis casillas las quejas y la manera como trata a su misma madre. Miro con admiración a la madre del susodicho, porque si yo estuviese en su lugar, ya le hubiese dejado bien claro que como adolescente le debe respeto y obediencia a sus padres. ¡Y los papás del susodicho que son tan buena onda y tan llevaderos!

Pero no puedo ocultar que yo mismo pasé por esa etapa. Recuerdo ahora con bochorno y con verguenza la manera como le respondía a mi madre con puras malcriadezas, y la forma como hacía las cosas a regañadientes, malhumorado y deseando -a veces- que mis papás no estuvieran ahí para que me dejasen al fín en paz. Recuerdo mi soberbia y mi orgullo, mi falta de respeto, mis excusas para no ayudar en la casa y la eterna retahila "¿Bueno, y mi hermano por qué no ayuda pués? ¡Solo yo tengo que hacer todo y él feliz, haciendo nada!", ahora entendiendo lo mucho que mi hermano ayudaba en los que-haceres de la casa, mucho más que yo. Y lo mejor es que él lo hacía en silencio, en obediencia, mientras yo hacía el gran alboroto y terminaba no haciendo nada.

Ahh, la adolescencia. Es yuca para ambos padres e hijos, y es una etapa que requiere mucho trabajo y diálogo. Aunque he de decir que mis padres me instaron a obedecer por pura disciplina (bajo la amenaza del cincho, la chancleta, etc), y el día de hoy estoy agradecido que me "pusieron en cintura" y me enseñaron mucho con su ejemplo. Aunque la nostalgia sigue ahí, ahora veo esas épocas con verguenza, porque de plano que yo le hice la vida cuadritos a mis padres que tanto bien me deseaban.

Es hasta cuando llegué a mi adultez que pude entender el amor de mis padres en el contexto de la disciplina, y ver lo desagradecido que fui con ellos. De eso ya le comentaba al susodicho jeje, y les deseo a ambos padres e hijo que logren sobrevivir esa dura etapa del desarrollo juvenil.

Por ahora, como invitado en su casa, me toca tener paciencia y mostrar, por medio del ejemplo mismo, que los que-haceres del hogar no son gran cosa y que no hay razón para refunfuñar :).