Thursday, September 11, 2008

Ese Martes Que Queda Para la Historia

Ese día parecía ser como cualquier otro – la monotonía del martes comenzaba desde temprano, cuando la voz de mi madre me levantó de nuevo. Después de un breve desayuno, me encaminé hacia la escuela, la cual quedaba –para mi conveniencia- a un par de cuadras de mi casa. Salí de mi casa a las siete puntuales - todo parecía normal, nada inusual, aún cuando a tres mil trescientos cincuenta kilómetros al noreste, el infierno ya había comenzado hacía diez minutos.

Ya en las cercanías del portón escolar me apresuré a entrar – el timbre estaba por sonar, anunciando el inicio de clases, puntualmente un cuarto de hora después de las siete de la mañana. Mientras me apresuraba hasta el salón de clases del primer año de bachillerato, iba ya un poco preocupado: en una hora tendría un test de física sobre el movimiento uniformemente acelerado, y aunque había estudiado bastante bien el día anterior, aún me sentía un poco nervioso.

La primera hora de clases pasó sin ningún otro contratiempo (como otro martes en el período escolar), pero la hora del test había llegado. Tengo que admitir que al ver las preguntas del test me sentí aliviado, porque los problemas se veían fáciles. Pero fue grande mis sorpresa cuando a medio test me di cuenta que había hecho los cálculos incorrectos, y apresuradamente comencé de nuevo.Suelo trabajar bien bajo estrés, pero no si ese estrés es demasiado grande. Para entonces ya había transcurrido la mitad del tiempo asignado para el test, y debía de correr en contra del reloj para poder terminar el mismo. Me puse nervioso, al punto que perdí un poco de concentración, sumado a que los demás ya iban terminando el test mientras yo apenas iba por la mitad. Me sentí frustrado, triste, porque a la hora que nos tocó entregar la papeleta no pude terminar de resolver el último problema. ¡Que rabia me dio, si tan fácil que estaba!

El timbre del recreo sonó en todo el recinto escolar, y los alumnos se precipitaban fuera de los salones para disfrutar los pocos minutos de libertad. Fue entonces que lo escuchamos por primera vez, aunque era nada más un rumor. No me acuerdo quien fue, pero alguien nos contó que habían lanzado un misil en contra del World Trade Center en Nueva York. Yo para ese entonces estaba tan bravo conmigo mismo que no me importó la noticia, y creo que le dije a uno de mis mejores amigos “A mi eso no me importa – lo que me importa es que no pude terminar el test a tiempo.” Me abruma aún ahora lo cegado que andaba por mi egocentrismo, mi inmadurez y mi falta de compasión. Mi mejor amigo casi me regaña por decir esas cosas, pero en fin, nadie sabía mucho de todos modos. Era solo un rumor.

Regresamos a clases – pero a la cuarta hora, teníamos una conferencia con una de las organizaciones que ayudó en la reconstrucción después del terremoto. Mientras nos dirigíamos al Auditorio, ya el rumor era un hecho: las torres gemelas en Nueva York yacían en el suelo, después de que dos aviones secuestrados se estrellasen contra ellas. Ya nadie puso atención en la dicha conferencia – todos nos preguntábamos que era lo que había pasado en la “capital del mundo occidental”.

Más tarde, en el segundo recreo, fue que nos informaron de la noticia – rápidamente fuimos a la Biblioteca a ver que información sacábamos de la Internet.

Quizá fuimos pocos los que nos dimos cuenta que ese evento cambiará el rumbo de la Historia. Ahora, en retrospectiva siete años después, aún cosechamos los frutos amargos de semejante tragedia.

¿Y vos, dónde estabas o que hacías el martes 11 de Septiembre del 2001, a las 9 de la mañana hora de Nueva York?

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